Wed 23-10-2024 09:17 AM
Las raíces del texto
Romain Gary, Las raíces del cielo. Traducción de Mercedes Corral. Edición original Gallimard, 1956
Se podría decir que Las raíces del cielo es la novela del personaje de una pieza: Morel, defensor a ultranza de los elefantes africanos, amenazados tanto por los cazadores de safaris como por los propios nativos que ven en ellos una fuente de alimento en su depauperada economía.
Pero además de eso es una gran novela polifónica en la que junto a Morel aparece un coro de personajes secundarios de gran relieve y que representan momentos sociales y políticos de los años cincuenta en la África de la emergente descolonización.
Una obra escrita en los años en que Romain Gary era embajador de Francia en distintos escenarios, entre ellos la ONU, y llevaba a sus espaldas su experiencia de emigrante integrado en la cultura francesa y aviador en la Segunda Guerra Mundial, amigo de Malraux y condecorado como héroe de guerra por de Gaulle.
Su lectura nos sitúa perfectamente en las preocupaciones sociales y políticas de un mundo que había entrado de lleno en la guerra fría, pero en el que Gary se sitúa como un adelantado de la ecología y sobre todo de la defensa de la libertad por encima de cualquier otra consideración.
La obra con que ganó su primer premio Goncourt, hazaña única en la producción literaria francesa, merece una lectura actual para descubrir el gran potencial literario y de visión histórica que poseía Romain Gary, que de alguna manera fue denostado por la intelectualidad de izquierdas, considerándolo como de un romanticismo trasnochado, visión contra la que él se revolvió, haciendo el papel de intelectual libre y brillante, con gran capacidad de visión de la condición humana y de los sentimientos que la engrandecen.
Como siempre en las novelas de Gary, su relato parte de su variada y sorprendente experiencia vital, como elaboración literaria de la misma. De alguna forma con su lectura participamos de la aventura de un tiempo que está en las raíces de nuestro presente, que seguramente son las raíces del propio cielo, que no por menos conocido es inexistente.
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