27-11-2010
Paisaje metafísico
Balthus, La Vallée de l`Yonne (1957), Musée Picasso, Antibes
Este paisaje de Balthasar Klossowski de Rola (Balthus) pertenece a su etapa de Chassy, donde se retiró a pintar paisajes, una vez que se había agotado su inspiración parisina. Balthus es un pintor que se busca a sí mismo en cada cuadro, que busca la verdad de la belleza de forma singular en cada una de sus obras. Tiene una concepción casi mística, metafísica, del arte, como descubrimiento de algo que está escondido, pero al mismo tiempo muy cercano.
Sus paisajes nos recuerdan siempre el equilibrio y la armonía de Poussin, su principal maestro, con el que aprendió a pintar copiando sus cuadros en el Louvre. En el silencio y la soledad de Chassy, acompañado por su sobrina Frédérique, aprende a valorar la luz dorada de esta comarca del Yonne. Ante todo se ocupa del estado de la luz, esa grandiosa luminosidad en los vastos paisajes inundados de luz de la mañana o del atardecer, donde encuentra algo suspendido y una inquietante fuerza de calma y paz. Como recuerda en sus Memorias: “En la serenidad de los grandes paisajes chinos también adivinaba el momento del famoso `Crac del que hablaba Rilke”.
Estos paisajes, como el que contemplamos aquí, son perennes, zarandeados por energías vibrantes, por el temblor de la luz, “ese melado brillante que he encontrado tanto en Velázquez como en Rembrandt. Me interesaban mucho el misterio de las nieblas matinales y crepusculares, el mate aterciopelado de los campos, los efectos triangulares de la luz rodeada de setos”.
En este cuadro, el pintor ha aprovechado la textura del soporte, las ondulaciones de la madera para darle rugosidad, trama, vibración, al paisaje, que parece recorrido por un eco desconocido que lo sostiene y le da apariencia de corporeidad.
20-11-2010
El arte del retrato infantil
Germán Aracil, Ángela en azul, Galería de Arte La Zubia (Granada)
El retrato es tal vez el género pictórico de mayor empeño y dificultad. No solo se trata de plasmar fielmente la figura humana de una persona conocida, o desconocida, sino sobre todo de captar su psicología su mundo interior, un momento de su existencia. Se dice que el rostro es el espejo del alma, a esta idea atiende el retratista auténtico, captar la psicología del personaje, reflejar desde lo externo una interioridad personal, y más allá de eso el hálito de un espíritu universal. Cuando el retrato es de un niño o de una niña la dificultad aumenta, pues en su tierna persona y en su corta vida no se ha forjado del todo un carácter demasiado definido, cambia de expresión a menudo o no presenta rasgos demasiado estables.
A todas estas dificultades se ha enfrentado Germán Aracil en este retrato de Ángela en azul, y las ha resuelto con rara habilidad y perfección. Para ello se ha servido de un momento de intimidad de esta niña, a la que vemos algo contrariada y entristecida. Ello le ha llevado a aquietarse a entrecerrar sus ojos, a poner un carita de pena que nos atrae especialmente y reclama un imposible consuelo protector.
Esta circunstancia, este momento, captado en un instante, le ha permitido al artista realizar una composición en la que destacan la cabeza y las manos, perfiladas con toda naturalidad. Estas le sirven de punto de apoyo y casi de caricia dada a sí misma, a su rostro desconsolado. La postura en diagonal de su cabeza, buscando algo donde reclinar su desconsuelo, anima la composición y forma un ángulo con las manos, este ángulo se abre a la izquierda del cuadro y tiene su vértice en la barbilla. La luz lateral que ilumina la figura sigue la misma trayectoria diagonal y deja sombras sobre el rostro.
El pañuelo de un azul tan puro y vibrante, subrayado por los adornos rojos y amarillos que contiene, además del gozo sensorial que nos concede, traducen a color su estado de ánimo, la disposición del mismo abrigando su cabeza y cuerpo la recubren de un manto protector y le dan una apariencia de dolorosa. Una niña que sufre prematuramente una experiencia de tristeza, que le da un aire de pequeño ángel dolorido.
La figura parece flotar, como una aparición, a la vista del espectador, que mira embelesado y se pregunta cuál es el secreto atractivo de este retrato. Todo envuelto en sutileza, ternura, delicadeza y cariño hacia esta niña individual y concreta. En su rostro aparecen las huellas de su sentimiento, cejas algo enarcadas, ojeras, sombras y luces, boca en semicírculo descendente, ojos entrecerrados y mirada cabizbaja, pelito algo desordenado y abierto que descubre su frente. Toda la figura está envuelta en un fondo oscuro y desdibujado, que simboliza su momento de opacidad.
No es una muñeca, es una persona que sufre igual que un adulto. Su dolor le hace buscar en su interior el consuelo que necesita. La belleza del retrato la redime de su pena, es el mejor consuelo que el pintor puede darle, un regalo para nuestra vista.
17-11-2010
Paisaje feérico
Pedro Roldan, Paisaje, Galería de Arte La Zubia (Granada)
La bella irrealidad de este paisaje, pintado con una rica gama de colores cálidos, empastados, nos tralada a un mundo de ensueño y fantasía, el mundo de las hadas de los cuentos maravillosos.
Los tres planos de la composición se diluyen en un fondo evanescente en el que las montañas nevadas se confunden con el cielo blanquecino.
En segundo plano, una serie de arboles deliran de verticalidad, atraídos hacia arriba por una aspiración ideal.
En cambio, los árboles del primer plano adoptan formas rendondeadas, copudas, de distinto color, creando cada uno de ellos un mundo propio.
En los más próximos casi podemos apreciar las abundantes hadas que han creado una multitud de flores, alegres, ridentes.
El suelo parece tapizado de gnomos, criaturas etéricas que forman la base de esta maravillosa fantasía, la de un paisaje que nos invita penetrar en la magia de los mundos sutiles.
10-11-2010
El relato del tiempo perdido
Discípulo directo y amigo de Raymond Queneau, Patrick Modiano constituye la conciencia crítica de la sociedad francesa en los años de la ocupación y de los posteriores. Esta novela culmina su segunda época, centrada en los años sesenta, y constituye la quintaesencia de su narrativa intimista. Historia fragmentaria en la que un narrador protagonista en primera persona va descubriendo al lector sus pesquisas, que se alternan con el monólogo interior del trágico personaje femenino, constituye una epifanía de la individualidad truncada por un pasado familiar incierto. En ella podemos saborear la sensibilidad nostálgica del autor, su mirada interior, el paisaje urbano de una ciudad que ya no es lo que era.