05-12-2005
Lectura solitaria
Este famoso cuadro de Edward Hopper Habitación de Hotel (1931) nos muestra una fría habitación de hotel en la que una huesped lee un voluminoso libro sentada en la cama, podemos apreciar su ropa y equipaje dispersos por la habitación.
Este interior con figura transmite una sensación de íntima e irremediable soledad, en la que solo cabe un diálogo con un amplio proyecto de lectura. El cuerpo semidesnudo de la mujer se ofrece en una actitud atenta, pero también liberada de cualquier convención social.
La lectura es en la tradición cultural creada con la imprenta un acto solitario al que se entrega el sujeto, en un diálogo figurado con el texto, del cual ha de obtener ese sentido fruto de la interpretación y del análisis.
Ya lo decía M. Proust, la lectura, como la voluptuosidad o el llanto, requieren de la soledad. También F. Quevedo entendía la lectura como un diálogo con los difuntos autores que escribieron sus obras inmortalizándose en ellas.
Es la lectura un ejercicio solitario y activo al que se entrega el sujeto en busca de sí mismo, de su realidad, de la verdad del mundo que habita. Y el libro sobre el que descansa la mirada y a veces se alza para "escribir la lectura" (como dijera R. Barthes) es ese compañero abierto y pacífico que acompaña las horas de reflexión y evasión.
La lectura es también el espejo en el que tratamos de contemplar nuestra realidad y nuestro yo, ya nos muestre referencias factuales o ficcionales, en ambos casos nos acerca a una visión de lo posible o deseable.
La lectura que se impone a partir del Renacimiento es la del lector en plena posesión de sus facultades y de su libre examen, que le permite comprender incluso los aspectos más recónditos de las escrituras. Nadie más autorizado que el propio sujeto para enfrentarse a la intención del texto o presuponer la intención del autor.
El sujeto moderno se realiza como yo libre y en plena posesión del libre análisis del texto de la que obtiene los significados que sacándolos del texto los rescate de sí mismo.