Tue 27-09-2011 02:56 PM
Gramática normativa
Resulta curiosa la actitud de la RAE y la AALE a la hora de confeccionar finalmente la tantas veces prometida "Nueva gramática de la lengua española", cuya versión a modo de esbozo fue de 1973. Han hecho falta décadas de espera para obtener este producto, que no era, desde luego, el esperado, ni siquiera el prometido.
En su intento de llegar a todos, han realizado tres versiones de la obra, la extensa, en dos amplísimos volúmenes, es de hecho una gramática descriptiva del español (cuando ya había una publicada con este nombre y auspiciada por la Academia), que excede los propósitos de lo que se espera que sea una gramática de la Real Academia. La versión Manual se acerca más al proyecto concebido, pero al ser un mero resumen de la original resulta fragmentaria y se pierde en continuas remitencias a otros pasajes de la obra.
En cambio, esta versión básica es un manualito demasiado escueto que conserva, no obstante, todo el aparato doctrinal en que se fundan las tres versiones. Y este aparato doctrinal es curioso, queriendo complacer a todos, es a veces innovadora y otras rancia y tradicional hasta el exceso (véase por ejemplo lo que se dice sobre la diátesis). En conjunto resulta más tradicional que el "Esbozo de una nueva gramática", que en su momento fue una auténtica gramática discretamente innovadora.
Esa discreción la ha perdido esta versión, por desmesurada, una vez que la sobria gramática escrita por Alarcos para ser la Gramática de la Academia fuese desechada, al ser considerada demasiado personal.
En definitiva, un juego de tres gramáticas, que quiere ser la misma obra gramátical, aunque eso deje mucho que desear. Tardarán en obra ser aceptadas y entendidas por los usuarios del idioma a los que supuestamente van destinadas, a los cuales parecen querer instruir continuamente, como si lo ignorasen todo de esta materia, y persuadirlos de la complejidad y dignidiad del arduo trabajo de los gramáticos, profesión que presentan tan sufrida y abstrusa como pocas. Efectivamente, conseguirán sin duda que nadie quiera ser gramático. Y el juego del lenguaje, del que hablaba L. Wittgenstein quedará congelado en un rictus huraño.
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