TEXTOS | Paisaje animado

Weblog de Manuel Cerezo Arriaza

Tue 22-03-2011 10:11 AM

Paisaje animado

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Francisco Calabuig, Paisaje con cerezos, Galería de Arte la Zubia, 28 de marzo de 2011 

El paisaje como género pictórico nace en el Renacimiento, al principio es un fondo que anima la presencia de la figura en primer plano. Este paisaje renancentista es ideal, idílico, pues corresponde a la visión de la naturaleza como armonía universal.

En el Manierismo y en el Barroco el paisaje va adquiriendo autonomía propia como motivo plástico, aunque muchas veces se acompaña de figuras integradas en el panorama o de esculturas figuradas que le dan majestuosidad y apuestan por la integración del orden natural y el orden social.

La actual exposición del Gran Palais, "Paysage et idéal", muestra este origen del paisaje como un antagonismo entre la naturaleza y el ideal. El arte va a aprendiendo a ver la naturaleza en sí misma, desligada de su concepción naturalista idealizada. En el siglo XVIII el paisaje sigue siendo preciosista, exquisito. Más tarde el Romanticismo nos enseña un paisaje alterado, furibundo o tétrico. El paisaje realista nos decepciona por su simplicidad o el paisaje naturalista es el campo como espacio de trabajo y sacrifico para el hombre.

Tendremos que esperar al Impresionismo para que los pintores salgan a pintar a la naturaleza, a captar la luz y el color que aparecen y se desvanecen a cada instante, en cada hora y lugar, demostrándonos que nunca el mismo paisaje es idéntico y que todo es una pura captación sensorial.

A partir de entonces no es fácil que ningún pintor pueda sustraerse a la experiencia impresionista, aunque seguir sus principios no dejaría de ser una reproducción.

Por esos los paisajistas contemporáneos, que no quieren caer en el paisaje abstracto del color y la forma puros, desligados de cualquier referencia externa, tienen que hacer un esfuerzo personal para descubrir en lenguaje diferente en la invención del paisaje.

En este sentido se aprecia el valor de la obra de Francisco Calabuig en la que podemos contemplar la sencillez idílica de la vida rural, los cielos animados de presencias invisibles, el campo esplendoroso de belleza y las flores ridentes y cantarinas. Esa explosión de vida, luz y color, animados por el paso de las nubes y la brisa ligera le dan un encanto especial e irrepetible a cada una de sus obras.

Es la demostración de que a pesar de la tan larga trayectoria del genéro este no está agotado ni puede agotarse, porque el paisaje no es copia, sino invención, creación, más que recreación. Y que, como descubriera Balthus en sus paisajes postimpresionistas tan inspirados en Claudio de Lorraine y en Poussin, el paisaje es pensado, amado, sentido, proyectado y vivido en el espacio imaginario del cuadro. La experiencia del paisaje es una experiencia de interiorización, de sueño, de fantasía.

Y así los sueños y fantasias de Francisco Calabuig son risueños, alegres, cantarinos, amables, halagüeños. La fidelidad no está tanto con el natural como con un estado de ánimo interior.         

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